...¿Todas ellas? No, es cierto. El júbilo y la felicidad no eran para todas las plantas. Un peral vivía triste y marginado, ajeno de la algazara hortícola, marginado en un rincón y privado de toda la función fotosintética que a él le gustaría. Dos egoístas robinias se llevaban para sí lo que el peral demandaba.
Un día se le oyó comentar en la asamblea mensual: "Estoy hasta floema de vosotras, perroflautas. Yo no quiero vivir aquí. Soy un peral urbanita. Odio vuestro buenrollismo, vuestros pajaritos, vuestro silencio y vuestro parque. Me gustan los coches, el ruido, ver a la gente estresada, los gritos e incluso que algún perro me mee en el tronco ¡Me quiero ir de aquí!"
La que se montó no fue poca cosa. Un almendro dejó de tirar hojas en invierno del susto, la hierbabuena dejó de dar olor y la hipomea fue invadida por fuerzas extranjeras. Durante dos semanas no se habló de otra cosa. Entre col y col, las lechugas cuchicheaban con los tirabeques. Las habas decían que el peral era más tonto que ellas. Los guisantes recriminaban a los tirabeques que la culpa era de ellos por ser tan cursis. Las acelgas dijeron que los girasoles son unos estirados... Lo que antes era paz y gozo se convirtió en un programa de Tele 5. Malrollo hortícola. Los ratones que vivían entre las plantas, dejaron su hogar y se fueron a vivir a la caseta.
La higuera, rascándose el xilema, propuso una solución. "Hagamos un proceso participativo reversible. Contratemos a algún lumbreras del Distrito Centro. Son gente solvente, fiable, imparcial y reflexiva. Ellos saben a qué actores locales movilizar para poder transitar hacia una solución que nos empodere al procomún".
Su propuesta fue ampliamente debatida, se sopesaron los pros y los contras y, tras un proceso de profunda reflexión, le mandaron, sin ningún miramiento, a la mierda (por unanimidad).
Una tarde, un aligustre comentó que escuchó en un transistor de un amigo que lo ponía a diario en el banco de al lado del huerto, que un alcorque urbano buscaba inquilino. Un metro cuadrado en el centro de Madrid, precio negociable. Vistas a la calle. Ruidos y humo. Con opción a colillas de cigarro diarias.
El peral, nervioso, no daba crédito. Era el sitio ideal. Le echó un par de raíces pivotantes... y para allá que se fue. "¡Ahí os quedáis, verduleras! ¡Que os coman en ensalada a todas! ¡Que os aderecen con aceite de girasol!"
Hoy el peral descansa en su nueva ubicación, en la Carrera de San Francisco. Tiene luz, buenas vistas, sustrato urbano, aire de motor diésel. Es feliz. Su sueño es poder enseñar sus peras a todo el que pasee por allí durante el verano. Veremos a ver.
Venga, a mudarse |
Mudanzas "El Rumano", buen precio. |
La reforma del hogar |
Hemos avisado al Samur, por si la excitación pudiera generar histerias colectivas |
La entrega de llaves |
El peral, agustito, en su nuevo hogar |
Pobrecito, qué pena da.
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